lunes, 26 de diciembre de 2011

Injusticia Poética


Fueron a verle. Estaban todos. Aparecieron por la puerta entre empujones y murmullos.
Estaban todos. Los siete.
Él procuraba no estar. Tumbado boca-arriba con las sábanas calientes hasta la nariz. Sólo el acompasado sube y baja de su pecho daba fe de su existencia; lenta, pesada, mostrando a gritos vacíos el lastre de respirar, pero existencia al fin y al cabo.
Estaban los siete: Llanto, Risa, Odio, Sexo, Amor, Duda y Recuerdo. En ese orden.
Se imaginaba la patética visión que debían tener al verle tumbado en esa cama demasiado alta, demasiado ancha... escorzado...

"SSHHHHHHIEK... SSHHHIEK... SSHHHIEK, SHHHIEK"

Lanza los trozos del folio a la papelera que tiene al lado. Nunca ha leído algo tan horrendo e inundado en clichés. Y mucho menos abandonado en el banco del parque. Abre sus brazos en cruz y los apoya en el respaldo. Respira profundamente, casi parece que no parase de suspirar. "El banco de los escritores no ha vuelto a ser lo mismo desde que las cosas van bien."
Deja que el sol le ciegue un momento hasta que oye un curioso jadeo cercano. Un perro de pelaje negro y porte noble le mira fijamente. No parece haber dueño cerca.
-Eh, chico. ¿Qué haces aquí? ¿dónde está tu amo?
Al acariciarle nota algo enganchado en su collar. Una pequeña nota.
"Tengo tu historia. A las 12. Estación vieja."
Al levantar la vista, el perro ya no está. No entiende nada, ¿su historia?

"BOK"

Al cerrar el libro se levanta una nube de polvo blanquecino que huele a papel viejo. Cuesta respirar, pero le gusta ese ambiente. No hay mucha gente que herede una biblioteca de su abuelo. Eso lo sabía la joven que recorría con admiración los pasillos saturados de títulos dorados escritos en dorsos de piel dura.
Entonces oyó una voz. "No lo encontrarás por ahí".
Se dio la vuelta tan rápido que el pelo le propinó un latigazo en la cara. No había nadie. Pero estaba segura de haber reconocido el tono ronco de fumador de su abuelo. "Imposible...

(...)

el silencio de mis dedos sin pulsar las teclas del ordenador me apuñala sin piedad. Me he levantado gris. Añorante de crear algo bello y verme reflejado en ello. Sin embargo sólo escribo el resumen de un fracaso. El recuerdo de una buena idea olvidada. A veces es todo tan vacuo...
Miro hacia arriba y sólo veo el techo de pintura despegada de mi cuarto. Pero intento ver más allá. Espero algo. "Vamos" me digo. "Vamos. Escribe... continúa tu historia..."
Entonces siento el miedo de acabar relegado como un personaje obscuro y sin sentido más. Como tantos otros. 
Siento el peso de depender de que se escriba la siguiente frase de mi vida. Aguzo mis sentidos y espero. 
Espero... o más bien agonizo en deseo de saber. 

¿Cómo sigue?

miércoles, 14 de diciembre de 2011

El Egoísta


Y yaciendo boca-abajo veo en sus piernas lo que vieron trescientos escudos y trescientas espadas en las Termópilas, un refugio, un cobijo, salvación y gloria eterna. Una guerra y después un purgatorio. La diferencia es que no busco la victoria. Todo lo contrario. Busco la pequeña muerte de un francés. 

Un largo viaje que se hace corto me hace pensar que no puedo respirar. Es la seda, pienso, no cree que merezca oír su susurro al surcar sus senos salados. 

-Ssshhh... 



Un malsano sentimiento de culpa despide al placer. Me cercioro de mi hedor y me desprecio pues mañana oleré mucho peor. Hablamos de la época en la que un poeta podía irse de putas en busca de inspiración y enamorarlas a cambio. “Tiempo al tiempo” le miento, y se queda pensando con esa cara. Esa cara… 
Dejo el dinero en la bandejita y la propina bajo el reloj, todo con fingida ternura. Espero que me lo lance con llanto como aquélla vez que dijo “te odio”. Deseo que ocurra, pero nunca llega. Sólo fuma en silencio, quemando el espacio rugoso de un ceño fruncido. No me gusta que fume. 
Meto los pies en los zapatos ya anudados, cuesta, lo odio, pero no tengo otra opción. Vuelvo a oír la seda llamándome y me vuelvo. Se ha incorporado y me mira a punto de estallar haciendo parecer una chispa a una supernova. Pero su gesto cambia, “cuando salgas… apaga la luz” dice. Esa cara… 
Obedezco y apago el rojo de la seda, el rojo de sus labios, el rojo de mi culpa y mi puta pasión. Apago la luz. 

Siempre el último del turno. 


De cualquier otra forma, me volvería loco.