miércoles, 14 de diciembre de 2011

El Egoísta


Y yaciendo boca-abajo veo en sus piernas lo que vieron trescientos escudos y trescientas espadas en las Termópilas, un refugio, un cobijo, salvación y gloria eterna. Una guerra y después un purgatorio. La diferencia es que no busco la victoria. Todo lo contrario. Busco la pequeña muerte de un francés. 

Un largo viaje que se hace corto me hace pensar que no puedo respirar. Es la seda, pienso, no cree que merezca oír su susurro al surcar sus senos salados. 

-Ssshhh... 



Un malsano sentimiento de culpa despide al placer. Me cercioro de mi hedor y me desprecio pues mañana oleré mucho peor. Hablamos de la época en la que un poeta podía irse de putas en busca de inspiración y enamorarlas a cambio. “Tiempo al tiempo” le miento, y se queda pensando con esa cara. Esa cara… 
Dejo el dinero en la bandejita y la propina bajo el reloj, todo con fingida ternura. Espero que me lo lance con llanto como aquélla vez que dijo “te odio”. Deseo que ocurra, pero nunca llega. Sólo fuma en silencio, quemando el espacio rugoso de un ceño fruncido. No me gusta que fume. 
Meto los pies en los zapatos ya anudados, cuesta, lo odio, pero no tengo otra opción. Vuelvo a oír la seda llamándome y me vuelvo. Se ha incorporado y me mira a punto de estallar haciendo parecer una chispa a una supernova. Pero su gesto cambia, “cuando salgas… apaga la luz” dice. Esa cara… 
Obedezco y apago el rojo de la seda, el rojo de sus labios, el rojo de mi culpa y mi puta pasión. Apago la luz. 

Siempre el último del turno. 


De cualquier otra forma, me volvería loco. 


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